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Un día en el trabajo de auxiliar de clínica veterinaria


Muchas personas no tienen claro qué es ser auxiliar de clínica veterinaria. Al ser la persona que recibe al cliente en la mayoría de centros y clínicas veterinarias, para algunos es solamente la cara amable que se encuentra en la recepción de la clínica. Parece un puesto cómodo, sin mucha implicación ni formalidades. Nada más lejos de la realidad.
La mayoría de mis compañeros y compañeras en el curso auxiliar veterinaria tienen las mismas opiniones: ser auxiliar de veterinaria es mucho más que todo eso. Somos la mano derecha de los veterinarios y los cómplices amables de nuestros pacientes. De paso, nos convertimos en un buen apoyo para sus dueños.
Cómo es el día a día del auxiliar de clínica veterinaria
Si alguno cree que en este trabajo hay espacio para el aburrimiento, está muy desinformado. De hecho, a veces nos faltan horas y manos.
Yo voy a contaros cómo es mí día a día, aunque existen muchas otras facetas, porque no todos los auxiliares trabajamos en lo mismo. En mi caso, desempeño mi labor en una clínica veterinaria.
Sin embargo, debo aclarar, como hicieron conmigo en el curso de auxiliar veterinaria, que existen muchas más salidas profesionales. Algunos de mis compañeros de promoción ejercen como recepcionista de clínica veterinaria y hospitales para animales.
También tengo amigos de promoción que se han colocado en zoos, acuarios, protectoras, tiendas de productos para animales, organizaciones que ofrecen terapias con animales… ¡un mundo!
En mi caso, la clínica en la que trabajo tiene un poco de todo eso. Es un lugar en el que además de poner vacunas, vigilar que no estén malitos y ayudarlos a superar la enfermedad, también ofrecemos más servicios.
En este caso, tenemos sección de hospitalización, vendemos chuches para las mascotas, alimentos especiales, los ponemos guapos en la sección de peluquería, los bañamos...
Como podrás ver, lo de no tener tiempo para aburrirse iba en serio. Yo soy uno de esos auxiliares que te encuentras nada más llegar. Mi puesto está al lado de la puerta, así que cuando abren y llega el paciente, soy elrecepcionista de clínica veterinaria que atiende al dueño. Un pequeño secreto, primero siempre saludo a la mascota. Aunque sea un loro, mejor así me habla.
Mi gran enemigo es el teléfono. Desde que abrimos por la mañana, no para de sonar en todo el día: urgencias, consultas, proveedores… todos parecen ponerse de acuerdo para no dejarme completar una acción seguida. Las interrupciones son constantes.
Mientras debo entrar en consulta para ayudar al veterinario con el tema de los historiales de los pacientes, la preparación del material que vaya a utilizar, pesar y tallar a las mascotas y, a veces, ayudarlo con algún que otro animal de mal carácter que se empeña en sacar nuestras mejores habilidades para subirlo a la camilla. ¡Extenuación!
Aún me acuerdo del día en que llegó un Gran Danés con una espiga de trigo en la nariz. La única forma de sacarla era con una pinza. Fue necesaria la intervención de tres personas para la sujeción del pobre animal asustado y dolorido. El esfuerzo valió la pena, el veterinario sacó el agente externo y el perro se fue a su casa encantado. Pero cada vez que vuelve me mira con cara rara.
Soy el fiscal del distrito
No es broma. Entre tanto jaleo debo sacar tiempo para ver que no falta nada. Voy al almacén y compruebo qué tipo de medicamentos hay que reponer. Después me paso por la despensa y echo un vistazo a las reservas de comidas, piensos, alimentos especiales, chuches… Aun me queda otra revisión.
Tengo que poner especial cuidado en el material quirúrgico. Debe estar todo lo necesario, esterilizado y en su sitio, por si las moscas.
Ha llegado el momento de contabilizar todos los partes y llamar por teléfono o enviar un mail a cada uno de nuestros proveedores y meterles prisa, que si no…
Vuelvo sobre mis pasos y voy a buscar los productos que faltan en nuestras estan

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