Dónde establecer el límite de los gastos veterinarios: así lo vive un auxiliar de clínica veterinaria
Antes de convertirme en auxiliar de clínica veterinaria, yo
era un propietario de mascotas más, con dos perros con los que pasaba la mayor
parte de mi tiempo libre y a los que consideraba parte de mi familia. Nunca
había tenido que llevarlos al veterinario, salvo a las revisiones y vacunas
anuales, y poco cosa más.
Pero en cierta ocasión, Ares, mi labrador chocolate, que por
aquel entonces tenía apenas un año de edad, me dio un buen susto. Fue durante
una Nochebuena. Estábamos preparando la cena cuando vimos que Ares empezaba a
vomitar. Después entró en estado de shock, por lo que llamé
inmediatamente a mi veterinario habitual. Él me dijo que por los síntomas
parecía una obstrucción gastrointestinal y me remitió de urgencia a un hospital
veterinario con servicio 24 h de nuestra ciudad.
Con el corazón en un puño llevé hasta allí a Ares. Hasta
entonces no me había dado cuenta de la importancia que tiene el trabajo de
auxiliar de veterinaria. A nuestra llegada nos recibió el auxiliar del
hospital, que me intentó tranquilizar mientras esperábamos a que saliera un
veterinario. En ese momento tuve que dejar a mi querido amigo en manos de los
profesionales, que procedieron a iniciar la exploración de Ares.
Pasados unos minutos me confirmaron la primera opinión que
dio mi veterinario de siempre: se trataba de una obstrucción en el tracto
intestinal y había que operar de urgencia o el perro podía morir.
El auxiliar de clínica veterinaria me presentó también el
presupuesto de la intervención: preparación de quirófano, radiografías,
medicación, hospitalización... un listado de lo que iba a precisarse para
intentar salvar la vida de mi perro durante esa Nochebuena. El total casi
alcanzaba los mil euros, de los que debía dejar pagados en ese momento la
mitad.
¿Qué hice? En aquella ocasión yo era solamente un
estudiante. Era posible que mis padres me ayudaran con los gastos, pero allí,
en la recepción de la clínica veterinaria, Ares solamente me tenía a mí. Así
que deposité mi tarjeta de crédito sobre el mostrador y le pedí al veterinario
que hiciera todo lo que pudiera por salvarle.
Afortunadamente Ares salió adelante, pero el recuerdo de
aquella Nochebuena me ha acompañado desde entonces. Incluso meses después me
matriculé en el curso de auxiliar de veterinaria, no solo por las opiniones
sobre CIM Formación que me dio mi veterinario y que también encontré en
internet, sino conmovido por mi propia experiencia.
Aquella situación hizo que en mi familia se planteara una
discusión acerca de dónde establecer el límite de la atención veterinaria de
nuestras mascotas. Finalmente coincidimos en que siempre que pudiera haber una
solución, deberíamos acceder sin importar lo que costase.
Bien es cierto que cada vez encontramos más facilidades
financieras a la hora de enfrentarnos a una factura abultada por gastos
veterinarios. Por ejemplo, en muchas clínicas se permite el pago a plazos. Pero
también la posibilidad de contratar planes de salud veterinarios y seguros para
mascotas hace que sea más fácil no tener que plantearse ningún límite ante una
urgencia por motivos de salud.
A pesar de eso, durante mi vida profesional he podido ver
algunos casos de propietarios que no estaban dispuestos a desembolsar nada en
atención preventiva (vacunas, desparasitaciones, revisiones periódicas, etc.),
mucho menos por un tratamiento que pudiera salvar la vida
de su mascota. También he conocido el caso contrario, propietarios dispuestos a
ir más allá de lo que los propios veterinarios consideraban razonable y agotar
cualquier mínima posibilidad de salvar a su perro.
Cada vez que me encuentro con clientes que deben
enfrentarse a esta difícil decisión, pienso en mi propia experiencia e intento
ayudarles. Pero el límite de cada uno está en un lugar diferente o ni siquiera
existe. ¿Dónde crees que pondrías el tuyo?
Efectivamente a veces las personas están dispuestas a hacer lo imposible para salvar a su mascota, porque es un miembro más de la familia y perderlo es un dolor muy fuerte. Es difícil actuar según la lógica en estas situaciones, de todas formas, creo que hay que confiar en los profesionales y éstos deberían de empatizar con los clientes lo más posible. No sé si en el curso de auxiliar de CIM formación también os preparan para enfrentarse a este tipo de situaciones. Creo que estaría bien dar un poco de psicología para tratar estos casos.
ResponderEliminar